Hoy día mundial sobre la prevención del alcoholismo, os he querido traer esta información, extraida de “Medciencia.com” sobre sus efectos en nuestro organismo. Hay muchos mitos sobre sus beneficios, y poca información sobre los efectos reales. Especialmente entre los grandes consumidores de fin de semana. Espero que os parezca interesante y os ayude a decidir.
Sobre el alcohol, al ser una bebida tan popular por ser una de las drogas legales actualmente (junto al tabaco), sabemos ya bastantes cosas. Como ya os comenté en su día en el artículo “¿Por qué se produce la resaca?”, el alcohol afecta a varias regiones de nuestro cuerpo, entre ellas y de forma muy marcada, nuestro cerebro, que será el tema en el que nos centraremos hoy.
Como ya sabréis, el alcohol tiene efectos depresivos (y por eso es muy peligroso mezclarlo con las bebidas energéticas, ya que mezclamos efectos depresivos con estimulantes), pero sin embargo tiene un efecto de estímulo indirecto, que puede que la mayoría desconozca pero si lo sienta.
Lo que ocurre con el alcohol es que altera el correcto funcionamiento de los neurotransmisores, esos pequeños mensajeros cerebrales que lo controlan prácticamente todo, como el pensamiento, el comportamiento o las emociones. El alcohol afecta tanto a los neurotransmisores “excitadores” (como la famosa dopamina, causante de las adicciones y del “efecto recompensa”, o el glutamato, que aumenta los niveles de energía cerebral), como a los neurotransmisores “inhibidores” o depresivos, como el GABA, que reduce la energía y provoca efectos de calma.
Por ejemplo, para que os hagáis una idea, los medicamentos como el Valium ® (Diazepam) tienen como misión aumentar la producción del neurotransmisor GABA, aumentando su efecto de reducción de energía, y provocando la sedación y la calma. El alcohol también hace esto, aumenta los efectos de GABA, y por ello se prohíbe beber alcohol tomando estos medicamentos, porque una combinación puede sedar en exceso y el resultado puede ser fatal.
Por otra parte, el alcohol disminuye el neurotransmisor estimulante como el glutamato, y por ello se altera el pensamiento, el habla o el movimiento, se ralentiza, ya que se aumenta el “efecto depresivo” a la vez que se disminuye el “efecto estimulante”. En definitiva, todo se ralentiza, y por eso los borrachos acaban más de una vez en el suelo con relativa facilidad.
Pero, si tan malo es, ¿por qué se sigue consumiendo? Aquí viene el truco del alcohol: aumenta la liberación de dopamina, dando lugar a la activación del circuito de recompensa en el cerebro, produciendo placer, y en consecuencia más ganas de seguir consumiendolo y de repetir en más ocasiones. Se sigue bebiendo buscando mayor liberación de dopamina, pero al mismo tiempo se alteran otros circuitos como el del glutamato o de GABA, sin que le demos importancia por estar cegados con la dopamina.
Además, con el tiempo nos volvemos más tolerantes, es decir, el efecto placentero de la dopamina disminuye y se busca beber en más cantidad para llegar a los niveles anteriores de dopamina, hasta llegar al punto de quedar enganchado y volverse alcohólico.
Como veis, los efectos del alcohol a nivel cerebral son más complejos de lo que parece a primera vista (bueno, el cerebro es un órgano muy complejo de por si, y si añadimos el basto y extenso mundo de los neurotransmisores, ahí hay que cogerlo con paciencia). Al menos, para la próxima vez, ya sabéis porque el alcohol no es tan “depresivo” como se dice, ya que no lo acabamos notando, y porque buscamos repetir.