Existe una especie de batalla entre contendientes que apoyan una y otra postura. Cada una de las posturas se apoya en estudios e investigaciones científicas para validar sus argumentos y después de leer mucho… podemos ver que defienden posturas interesadas y prejuiciosas, difícilmente consensuables, nada abiertas y poco adaptadas a los cambios y circunstancias del momento.
Por un lado, los que están a favor del cannabis, nos muestran esta droga como saludable y difunden una idea favorable de la misma, muestran argumentos importantes, aunque no tienen en cuenta otros. Se defiende que el cánnabis es una droga más segura que muchas otras (no conocemos una dosis en la que resulte letal), parece tener algunos usos paliativos o terapéuticos, además no parece ser tan adictiva como la heroína, cocaína, alcohol… Se trata de una visión de la droga como natural, buena y saludable.
Por supuesto, esta visión es matizable; el humo del porro contiene más factores cancerígenos que el de un cigarrillo, y si bien es cierto que se fuma menos cantidad, también es cierto que se mantiene el humo del tabaco más tiempo en los pulmones, provocando más daño. Por otro lado, está demostrado que el uso del cannabis está asociado a déficits de memoria, de atención y de capacidad de filtrar información. Estos déficits cognitivos empeoran según aumenta el tiempo de consumo y su cantidad.
Los argumentos de rechazo frontal del uso del cannabis son también apriorísticos, y en general, autoritarios y algo hipócritas. La expansión del cánnabis quizá tenga que ver con las contradicciones de los Estados que están enganchados a los impuestos por el tabaco y a una industria farmacéutica que ha fomentado a menudo consumos de psicofármacos de dudosa necesidad.
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