El consumo de drogas entre los adolescentes responde a distintos factores; el afán de descubrimiento, la trasgresión de las normas, la necesidad de demostrar la propia personalidad, una estética o el sentimiento de formar parte de un grupo. Los padres debemos procurar que nuestros hijos desarrollen un pensamiento crítico en torno a las drogas y que aprendan a divertirse y relacionarse sin recurrir a ellas.
Seamos claros: las primeras informaciones que nuestros hijos reciben sobre las drogas acostumbran a ser incompletas y confusas. Hay que proporcionarles información seria, contrastada, que no reproduzca los tópicos, sin exageraciones ni falsas moralinas.
Debemos evitar: interrogarles insistentemente sobre si piensan consumir drogas o si las han tomado ya. Es mucho mejor pedirles su opinión (qué piensan del consumo de drogas por parte de algunos jóvenes, qué peligros ven en ello).
Hablemos de drogas sin dramatizar ni banalizar: hay que hablar en casa de droga de manera franca, evitando crear situaciones dramáticas innecesarias y huyendo del tono catastrofista que acostumbra a reforzar las convicciones de chicos y chicas (“mis padres exageran, no es para tanto”). Al mismo tiempo, sin embargo, es importante no banalizar el tema. Lo más importante es encontrar un tono sencillo, razonable y directo, que sea útil y efectivo para alertar de los riesgos de las drogas.
Sí, a pesar de todo, sospechamos que nuestro hijo/a ha consumido: lo primero que debemos hacer es hablar con él para conocer las razones que le han llevado a tomarlas, y de qué tipo de consumo se trata, si ha sido sólo un hecho puntual y cómo valora los riesgos de su comportamiento.
Debemos hablar del tema relajadamente y sin dejarnos llevar por la urgencia, la rabia o la angustia. Es mejor dejar pasar el primer momento de mayor alteración y crear un clima de verdadero diálogo, sin víctimas ni culpables. Ofrecerse, de manera colaboradora y reflexiva, con preocupación pero sin violencia. Haciendo de detective o persiguiendo a nuestro hijo/a sólo vamos a conseguir que se distancie de nosotros.
Como forma habitual de relación con nuestros hijos/as, debemos procurar:
Evitar las actitudes autoritarias. Tenemos que prender a observar los pequeños detalles, escuchar, preguntar de otra manera, dejando caer información, ideas y opiniones.
Ser exigentes con nuestros hijos. Confiar en ellos, pero al mismo tiempo, pedirles que sean responsables, valorar sus aciertos y sus errores, sin agasajarles ni criticarles de forma tajante.
Trasmitir normas y límites. Tenemos que ofrecerles lo que necesitan (que no siempre es lo mismo que piden). Salidas, horarios, tareas pendientes, implican compromiso y responsabilidad; a veces pueden pactarse y en algunas casos deben ser innegociables.
Reconocer su capacidad para tomar decisiones. El objetivo de la enseñanza es que chicas y chicos sean autónomos y responsables. No podemos estar siempre encima de ellos y sobreprotegerlos pensando que no son capaces de entender y actuar en situaciones complejas.
Respetar su intimidad. Tienen derecho a ello, y también necesidad. La comunicación tiene que estar siempre abierta, pero debemos entender que difícilmente nuestro hijo/a nos explicará todo lo que le pasa. Tampoco nosotros lo hacemos.
Ser coherentes. Nuestras palabras pierden mucho valor para nuestros hijos sino van acompañadas de una conducta coherente. A menudo esto es más importante que los consejos y recomendaciones.
Dialogar. Dialogar no es sólo hablar, sino observar, mostrar interés, crear un espacio de comunicación que permita expresar ideas, dudas y preocupaciones.
Seamos claros: las primeras informaciones que nuestros hijos reciben sobre las drogas acostumbran a ser incompletas y confusas. Hay que proporcionarles información seria, contrastada, que no reproduzca los tópicos, sin exageraciones ni falsas moralinas.
Debemos evitar: interrogarles insistentemente sobre si piensan consumir drogas o si las han tomado ya. Es mucho mejor pedirles su opinión (qué piensan del consumo de drogas por parte de algunos jóvenes, qué peligros ven en ello).
Hablemos de drogas sin dramatizar ni banalizar: hay que hablar en casa de droga de manera franca, evitando crear situaciones dramáticas innecesarias y huyendo del tono catastrofista que acostumbra a reforzar las convicciones de chicos y chicas (“mis padres exageran, no es para tanto”). Al mismo tiempo, sin embargo, es importante no banalizar el tema. Lo más importante es encontrar un tono sencillo, razonable y directo, que sea útil y efectivo para alertar de los riesgos de las drogas.
Sí, a pesar de todo, sospechamos que nuestro hijo/a ha consumido: lo primero que debemos hacer es hablar con él para conocer las razones que le han llevado a tomarlas, y de qué tipo de consumo se trata, si ha sido sólo un hecho puntual y cómo valora los riesgos de su comportamiento.
Debemos hablar del tema relajadamente y sin dejarnos llevar por la urgencia, la rabia o la angustia. Es mejor dejar pasar el primer momento de mayor alteración y crear un clima de verdadero diálogo, sin víctimas ni culpables. Ofrecerse, de manera colaboradora y reflexiva, con preocupación pero sin violencia. Haciendo de detective o persiguiendo a nuestro hijo/a sólo vamos a conseguir que se distancie de nosotros.
Como forma habitual de relación con nuestros hijos/as, debemos procurar:
Evitar las actitudes autoritarias. Tenemos que prender a observar los pequeños detalles, escuchar, preguntar de otra manera, dejando caer información, ideas y opiniones.
Ser exigentes con nuestros hijos. Confiar en ellos, pero al mismo tiempo, pedirles que sean responsables, valorar sus aciertos y sus errores, sin agasajarles ni criticarles de forma tajante.
Trasmitir normas y límites. Tenemos que ofrecerles lo que necesitan (que no siempre es lo mismo que piden). Salidas, horarios, tareas pendientes, implican compromiso y responsabilidad; a veces pueden pactarse y en algunas casos deben ser innegociables.
Reconocer su capacidad para tomar decisiones. El objetivo de la enseñanza es que chicas y chicos sean autónomos y responsables. No podemos estar siempre encima de ellos y sobreprotegerlos pensando que no son capaces de entender y actuar en situaciones complejas.
Respetar su intimidad. Tienen derecho a ello, y también necesidad. La comunicación tiene que estar siempre abierta, pero debemos entender que difícilmente nuestro hijo/a nos explicará todo lo que le pasa. Tampoco nosotros lo hacemos.
Ser coherentes. Nuestras palabras pierden mucho valor para nuestros hijos sino van acompañadas de una conducta coherente. A menudo esto es más importante que los consejos y recomendaciones.
Dialogar. Dialogar no es sólo hablar, sino observar, mostrar interés, crear un espacio de comunicación que permita expresar ideas, dudas y preocupaciones.
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