miércoles, 2 de junio de 2010

PAREJA FELIZ = HIJOS FELICES


El amor compartido engendra amor, se proyecta en los hijos y refuerza el vínculo y la confianza básica entre todos sus miembros. Es una fortaleza clave para hacer frente a los múltiples e inevitables avatares de la vida y para mantener con más garantía de éxito el proceso educativo de los hijos.
Madrid Mayo 2010 Pedro Molino (Tutor de la UP on-line)

La sencilla ecuación de este título es básicamente cierta, viene avalada por la experiencia de muchas familias y por otros muchos datos. Las relaciones de pareja y los lazos familiares son el resultado de un proceso de interacción amorosa entre sus miembros. De la calidad de los lazos amorosos dependerá, en gran parte, el bienestar de la familia. (Lo que no implica que las familias monoparentales o reconstituidas no puedan también e igualmente ser felices).

El desproporcionado aumento de fracasos matrimoniales en la sociedad de hoy tendría que hacernos pensar en la fragilidad actual de los vínculos afectivos y en los factores socioeconómicos y culturales que los están propiciando; en particular, sobre la importancia de cuidar las relaciones de pareja, especialmente cuando se tienen hijos. Porque ya desde el mismo nacimiento, surgen retos: la satisfacción matrimonial suele disminuir después de la llegada del primer hijo por causas hormonales de la madre o por la sobrecarga de tareas de ambos. Por eso, es preciso prever esto como una etapa coyuntural, para afrontarla con las mejores estrategias, a fin de superarla, alcanzando de nuevo una satisfacción renovada en la pareja y en la familia.

Aprender a amar exige compromiso y esfuerzo, pero merece la pena, porque “los seres humanos seguimos pensando que las relaciones amorosas son el camino más seguro hacia la felicidad, aunque desconfiemos en alcanzarla”. Pero, ¿sería posible aprender recursos que nos ayuden a mantener el amor, a superar incomunicaciones y malentendidos, a conciliar caracteres diferentes mejorando la interacción en la pareja?

Como ha dicho J. A. Marina, “saber amar” puede y debe ser un arte posible al alcance de quienes quieren a su pareja y a sus hijos. ¿Pero qué es el amor que tantas pasiones levanta y tantos fracasos genera?

El amor ha sido motivo de inspiración para escritores y poetas, filósofos y científicos, teólogos y psicólogos. Para R. Sternberg, el amor es el adecuado equilibrio entre tres componentes de un triángulo de sentimientos y actitudes: intimidad (amistad, comprensión, alegría), pasión (atracción física, deseo, gozo) y compromiso (ternura y decisión de estar juntos). La ausencia o reducción de uno de estos elementos puede desequilibrar la relación de pareja. Pero, como también ha dicho otro gran psicólogo, Aaron Beck, “con el amor no basta”. Cuando una relación comienza, la energía de la pasión es el enlace más potente para mantenerla unida; pero cuando pasa la fase de enamoramiento (a los 18 ó 36 meses máximo), hay que transformarla en vida amorosa o amor maduro sobre tres cimientos: cooperación, compromiso y confianza básica (mantenida con lealtad y fidelidad recíproca).

Las parejas deben poner en práctica requisitos que se han demostrado necesarios para la buena convivencia: la autonomía de cada miembro, la cooperación entre ambos, la buena comunicación y una necesaria conexión afectiva, en el caso del amor, imprescindible.

Para ello es fundamental desarrollar cinco áreas de aprendizaje en un contexto de amor e inteligencia emocional:
  • Entrenamiento en habilidades de comunicación (escucha activa, empatía, técnicas de comunicación eficaz).
  • Entrenamiento en habilidades para la solución de problemas (reflexión, tiempo en calma, espacio tranquilo, asamblea de parejas…).
  • Fomentar los refuerzos en pareja (más premios que sanciones desagradables).
  • Acuerdos en el grado de intimidad (compartida, pero también individual).
  • Compartir actividades cotidianas y placenteras (tareas domésticas, acciones solidarias, aficiones, viajes…).

La comunicación en pareja es fundamental: cuando falla el lenguaje y se pierde el respeto, la pareja peligra. Por eso debemos evitar siempre este tipo de verbalizaciones negativas: ordenar, amenazar, moralizar, imponer soluciones, reprochar, criticar, pseudoaprobar, ridiculizar, mal interpretar, interrogar, estar a la defensiva o retirarse en medio de una conversación.

Convivir es un arte que pone en juego muchos recursos psicológicos y necesita de un variado sistema de premios recíprocos. El refuerzo será más eficaz cuando mayor sea la equidad en las siguientes áreas de interacción: afectivas (sexo, compañerismo y comunicación), instrumentales (economía, cuidado de la casa y de los hijos) e individuales (hábitos personales, apariencia e independencia de cada miembro).

Como hemos dicho, mejorar la relación de la pareja exige compromiso y esfuerzo mutuo para caminar en la misma dirección; pero también desaprender creencias erróneas y aprender buenos hábitos, partiendo de que no somos perfectos, ni tenemos por qué ser iguales en todo. Por eso muchos psicólogos ponen el acento en asumir el hecho de que la mayoría de mujeres y hombres se enamoran de personas muy diferentes, valorando la complementariedad como un factor positivo, porque las capacidades y cualidades de uno deben completar y corregir las del otro (F. Alberoni) compartiendo la experiencia amorosa como un modo de enseñanza y aprendizaje (J. Sinay).

Por eso, estos autores nos recuerdan que la felicidad no está siempre en otra parte, sino en nuestra capacidad de amar, crear y superarnos, de mejorar nuestra relación no tratando de cambiar al otro sino comenzando primero por nosotros mismos… porque, demasiadas veces ocurre que no valoramos lo suficiente lo que tenemos o lo que podemos lograr. Como dijo un poeta anónimo: “¡qué ciego el que vive abrazado a la felicidad y no la ve ni la reconoce!”

En definitiva, existen ya recursos suficientes para ofrecer una didáctica más concreta que nos eduque para saber amar, algo que consideramos imprescindible para la pareja y para que revierta en la educación de sus hijos: una modesta contribución al derecho y al deber de la felicidad social compartida, al Gran Proyecto Ético de la Humanidad. En este proceso “debemos reivindicar las vidas amorosas felices, porque son complejas obras de arte dignas de admiración” y porque hay otras ecuaciones poéticas, similares a la primera, que tienen solución y sentido cuando nos aplicamos en resolver las variables que encierran:

“Sabes que quieres a una persona cuando para ser feliz = necesitas que la otra persona lo sea + necesitas colaborar a que esto suceda + necesitas que la otra persona sienta lo mismo respecto a ti." (J. A. Marina).

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